Partidazo en el Campín: Santa fe 3 – Junior 3

Feb 24 2019 10:49 pm 0
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En El Campín hubo dos formas de jugar al fútbol: la de Santa Fe fue la de luchar, correr, meter, pelear, sudar y, por esa vía, hacer tres goles. La de Junior fue la de tocar, contragolpear con elegancia, jugar rápido, preciso y bonito, y con esa fórmula, también hacer tres goles. Al final, en ese duelo de estilos, con un equipo que quiere engranar y otro que ya está engranado, fue un empate 3-3, y fue vibrante, emocionante, con vértigo y con dos equipos que merecieron su suerte, cada uno a su manera.

Honor, dice la camiseta de Santa Fe en el pecho. Y eso fue lo que defendieron los jugadores cardenales en el primer partido de Gerardo Bedoya como su entrenador oficial. Esa fue su insignia para no perder, un sello para no desfallecer, un tatuaje para no darse por muertos cuando esa batalla parecía perdida. A Bedoya le tocó la papa caliente, asumir el rol de técnico oficial contra un rival que juega con quilates, que le sobra clase; un rival de mucho respeto. Cuando se juega contra Junior se corren todos los riesgos posibles, se sufre. Santa Fe sufrió tres veces. Y sufrió desde que sonó el pitazo inicial y rodó la pelota, porque su rival la agarró y de una vez fue hacia el arco, decidido a hacer daño, a lastimar.

A los dos minutos de partido, el equipo tiburón ya había pegado su primer mordisco. Luis Díaz partió en un ajustado fuera de lugar, encaró a su marcador, a Carlos Henao, lo enganchó con facilidad, buscó su perfil y remató. El arquero Banguera hasta ahora se acomodaba los guantes, 0-1. Debieron haber truenos y relámpagos junto a la lluvia que arreció en Bogotá, porque la noche pintaba de pesadilla para Santa Fe.

Díaz anticipó que iba a ser un demonio en El Campín, que iba a hacer estragos. Pero no estaba solo. Se le juntaron otro crac como Teo, un volante inspirado como Sambueza y siete artistas más. A los 6 minutos, Teo ya había metido un cabezazo que debió paralizar los corazones cardenales. Pero no fue gol, y los corazones bombearon en la cancha, se reanimaron, y los leones mostraron los colmillos. Henao, que falló en el gol rival, fue por su desquite con el misil en el guayo. Clavó un tiro libre que dejó destellos en su recorrido. Golazo, 1-1.

Pero el partido nunca bajó de intensidad. Santa Fe se entusiasmó, fue por más y remontó con un gol de Baldomero Perlaza, el que suele atravesar la cancha para llegar a rematar, y eso hizo. Puso el 2-1. Parecía mentira que Santa Fe fuera ganando porque Junior era una bomba, una amenaza constante. Los bogotanos se fueron al descanso con el premio al máximo esfuerzo, quizá pensando que los barranquilleros ya estaban cansados, que ya no iban a correr tanto, que ya no tendrían más fuerzas para seguir tocando. Las tenían. En el segundo tiempo hubo más de lo mismo, lucha cardenal, y toque toque juniorista. Así empataron, tocando la pelota, Díaz, Sambueza, pared con Teo (salió de un fuera de lugar) y de nuevo Sambueza para rematar y vencer a Banguera. El partido se puso 2-2 y quedaba mucha vida.

Santa Fe intentó tener la pelota con Omar Pérez, que fue titular, y luego con Jhon Velásquez, y parecía que el equipo se conformaba con ese empate: empatar contra Junior no es malo, menos en las circunstancias actuales, cuando ellos brillan y los cardenales sufren. El problema es que no hay equipo en Colombia que pueda aguantar el ritmo del Junior. Y menos si lo atacan. Eso es suicidio. Santa Fe casi le anota el tercero con un cabezazo de Henao que fue al travesaño. El tiburón se sacudió, ofendido, y metió otro contragolpe letal: pases rápidos, salida veloz al ataque, más toque toque, la defensa fallida, con caídas y desconcentración; Sambueza que entra al área y mete el tercero. Una daga.

Los jugadores de Santa Fe y sus hinchas, y su técnico Bedoya, se llevaron las manos a la cabeza. Cómo iban a perder un partido tan sufrido, tan luchado. Aunque el resultado tenía mucho de justicia, por la contundencia del Junior. Pero a los cardales les quedaba un as bajo la manga, un as empapado de sudor. El equipo quemó sus últimos restos físicos, fue con coraje por la igualdad por la que tanto habían luchado. Los goles en Santa Fe no los hacen los goleadores, no los hay, para eso están los zagueros y el juego aéreo. Velásquez levantó el balón y allá arriba apareció José Moya, con un frentazo que llevaba furia, aliento y pasión. La pelota fue adentro y los jugadores de rojo y blanco quedaron desatados, porque a veces empatar resulta un premio.

Los instantes finales del partido fueron de máxima tensión. Cada segundo valía oro. Junior seguía con fuerzas; de dónde, no se sabe, pero las tenía. Si el partido hubiera durado cinco minutos más, quizá lo ganaban. A Santa Fe le tocó aguantar con el corazón en la mano. El pitazo final les debió sonar a esos jugadores como a música. No podían perder, y no perdieron. Lograron un empate a puro honor.


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