Pero más allá del juego, de la presión asfixiante del Liverpool en la primera etapa, de las atajadas claves de Keylor Navas para mantener su arco en cero, del empate y la alegría efímera de Sadio Mané, hubo lágrimas, las de Salah por el dolor de tener que abandonar la cancha sin saber si podrá estar con Egipto en el Mundial de Rusia. También las de Dani Carvajal, otro que tuvo que salir del partido desconsolado, destrozado por la cercanía de la Copa del Mundo. Y las últimas, las de Karius mientras caminaba el terreno de juego luego del pitazo final, acercándose a los hinchas rojos, pidiendo disculpas, tratando de lograr el perdón de los demás, de sí mismo por los errores cometidos.
El Madrid ya sabe jugar las finales, las domina, no en vano no pierde una desde el 2000 cuando cayó con Boca Juniors en la final de la Copa Intercontinental. Desde ese momento, todo ha sido victorias y récords, marcas como lograr la decimotercera corona en Europa (el más campeón del torneo), la tercera de manera consecutiva (primer equipo de la era moderna en lograrlo), como la de convertir a Zinedine Zidane en el primer técnico en lograr el triplete consecutivo.
Bale y Benzema, que no estarán en la próxima Copa del Mundo, festejaron a rabiar, Cristiano Ronaldo, el complemento de la famosa BBC, celebró calmo y orgulloso, pues no pudo anotar, no pudo ser el héroe, no pudo brillar. El Liverpool cerró así una gran campaña en la que el único mal momento fue toparse con el Madrid en la final.